martes, 2 de noviembre de 2010

PADRE y MADRE

Cuando el Gran Padre se encontró por primera vez con la Gran Madre, ya Él poseía todos los dones. Ella en cambio, era lisa y nada su superficie adornaba, fuera de la aspiración que emanaba, como única expresión de sus oraciones. Entonces el Amoroso Señor, irradiando todo su amor le dijo: Quiero embellecerte, para más amarte. Ella sonrió, y su faz antes impávida y fría, empezó el embellecimiento, al reflejarse en ella la alegría, alegría que iba en su aumento. Primero recogió en su seno la gracia del Sabio, haciéndose de lo ordinario, cochanos y vetas de oro pesado, todos los metales, las piedras preciosas y aún las rudas cosas, grandes y pequeñas unos y otras, al igual que la jerarquía tenían las alegrías del Padre de los Padres. Quiso engalanarse más, peinarse en su faz, para así admirar a aquel ADORADO, quien de su triste pasado, un risueño porvenir prometía. Surgieron entonces las Selvas, de verdores radiantes, que cual adornos galantes, abanicaban suavemente la faz de la amante. Y los ríos vinieron como consecuencia de la sombra fresca, de la paz umbría; los ríos que nacían de las altas montañas rocosas, para que saltando de peña en poza y de poza en peña, dijeran por señas al Grande Señor, de su inmenso amor y agradecimiento. Uniéronse así las aguas risueñas de las cascadas, por las largas hileras, con las de las selvas aglomeradas humedades, para descender por valles y llanos hacia los desagues, y llenar de honduras, tristes peladeros que la Madre Tierra, allá en las lejanías, dejará vacías. En los arenales, en los anchos llanos o en los valles tristes, brotaron también solitarias palmas, frescos morichales o grandes pajales, ricos en verdor. Querían también ser, y como ya en las selvas, contribuir con su esplendor, que creciera el amor del Creador.
Sonreía a todo el Señor de los Ojos Dulces, el Padre Amoroso, galán eternal de la Tierra Hermosa. Comprendió entonces ella, que la gracia proseguía, que aún no lograra cuanto lograr podía.........y siguió creciendo, para que el Novio Celestial, en la belleza de su manantial, siguiese reflejando su propia belleza.
Sobre los altos picachos de las largas sierras, sugieron las nieves eternas, como aquellas canas con que la sabiduría, hija del Señor, adornara al Magnífico; marcáronse laderas, barrancos y hondonadas por donde corrían las nieves derretidas, hacia otros terrazgos; aglomeráronse nubes en aquellas alturas y acá en las honduras donde el frio no llega, hízose el calor.
Respiró la novia, feliz con tanta gracia, para entre las timideces de su virginal faz, expresar su contento, su agradecimiento, ante tanto amor. Pero el Señor dios aún no había concluído de dar sus dones a la Gran Amada. Quiso proseguir la sublime cruzada, hacer de cada latir de su corazón, muchos corazones.
Hizo así moradores para las altas montañas, para las selvas umbrías, para los llanos alargados, para las laderas, y aún para las honduras, ahora con aguas.
Cada palpitación , palpitación fué, brotando en caudales los animales, quienes repitieron en sus corazones, del Gran Señor sus emociones, al amar a la tierra como El quería, como ella merecía.
Fué así, como se arrastraron, deambularon , volaron o caminaron, nuevos seres; nuevos seres que llenaron sus propias emociones, las emociones del Todo. Hizóse emoción de la Madre toda la extensión, porque de su eternal virginidad, brotaron especies, vegetales y animales, en unísona canción, anhelo oculto dominado por los siglos de una desconocida oración.
Las esmeraldas de los bosques, los topacios de los llanos, los zafiros del mar, lleno todo movimiento, eran sentimientos palpitación continua de tanto adorar. La Madre habia dado, con este último esfuerzo y bajo la dulzura del Grande Admirado, todo a su anhelado. Ya nada aspiraba, porque ya el Gran dios con su fecundación, hiciera realidad cuanto en ella había de caridad. Fué entonces cuando el Señor, de su busaquita de buen peregrino, sacó a relucir el traje de novia, traje que tenia del cielo la historia.

Allí dibujados por su amor celestial, estaban estrellas, la luna y el sol. Unas en el centro, aquélla a un costado y éste del otro lado. Y a fin de no encontrarse en la misma vía, allí había gran separación. De un lado la luz, del otro lado las tinieblas, entre los dos engarces de sol y de luna, los varios coloridos, luminosos puntos de estrellas curiosas que nacieran de las cópulas habidas en auroras y crepúsculos, cuando él la amaba y ella le daba su vientre lleno, en las cálidas alturas, toda su hermosura en un nuevo brote, adorno del cielo.


Es ésta la historia que pocos conocen, de cómo la tierra estéril, impávida y fría, se hizo un emporio , una gran Madre, por obra del Padre, grande y generoso de todo corazón.


Leyendas Indígenas del Bajo Orinoco, Arturo Hellmund Tello.

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