Cuenta la leyenda que, en el principio de los tiempos, el gran río Orinoco
comenzó a rugir y del fondo se escuchaban truenos y salían rayos...Después elevó
sus aguas y se desbordó por toda la tierra cubriendo árboles, selvas y chozas.
De toda la población de los tamanacos sólo pudo salvarse una pareja que corrió
hacia lo más alto de una roca llamada Tepumereme. Desde allí vieron la
destrucción de la tierra mientras esperaban la muerte. Después de varios días,
vieron una pequeña curiara que avanzaba hacia ellos por encima de las grandes
olas del río y em medio de árboles y bejucos que flotaban en la corriente. Sobre
la canoa venía un hombre alto y fuerte que dejaba ver la brillantez de sus ojos:
era Amalivaka, quien venia con su hermano Vochi y las dos hijas de éste. Cuando
llegaron a la roca Tepumereme, el poderoso dios dibujó las figuras del sol y la
luna; en el mismo instante empezó a rehacer el mundo ayudado por su hermano y
por sus sobrinas. Después ordenó a las aguas del río que volvieran a su cauce y
que corrieran desde la montaña hacia el mar, y al viento que soplara del mar
hacia la montaña. Después Amalivaka tocó su tambor de piedra y cantó diciéndole
a la pareja sobreviviente: " Yo he venido del otro lado del río y quiero que
ustedes vuelvan a poblar la tierra. Cogerán los frutos de la única palmera
moriche que ha quedado, que es el árbol de la vida, y arrojen sus frutos hacia
atrás por encima de sus cabezas". La pareja obedeció y de cada semilla que caía
en tierra se iba formando un hombre y una mujer. De ellos surgieron las nuevas
generaciones. Después de ordenar la nueva creación, Amalivaka, padre original de
los tamanaco, se embarcó nuevamente en su curiara, remontó la corriente del
Orinoco y se marchó para no volver jamás. Los descendientes de Amalivaka, gente
valiente, construyeron churuatas, prepararon la tierra y la sembraron de maíz,
tejieron chinchoros, hicieron utensilios de cocina, pescaron, cazaron,
prepararon alimentos, hicieron festividades, se adornaron con plumas de
papagayos, elaboraron flautas y tambores para cantar y bailar en honor a
Amalivaka. Pero un día, del lado del mar, llegaron grandes canoas con gente
cubierta por extraños ropajes. Eran hombres de piel clara, con pelo en el
rostro; hijos de los espíritus dañinos quienes, con potentes y ruidosas armar,
apagaron los sonidos de los tamanaco para siempre, dejando tan sólo los dibujos
de la luna y el sol que Amalivaka pintó en la roca al momento de realizar la
segunda creación. Fuente: Venezuela para Jóvenes, Tomo 4
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