martes, 30 de noviembre de 2010

De dónde viene el pueblo Guajiro

De esto hace muchísimo tiempo; tanta lunas que ya no se pueden contar: El Gran Espíritu hacedor de todo: de los otros espíritus, del agua, del aire, del fuego, de la tierra, de las gentes, los animales y las plantas, vivía en Ziruma. Ziruma es el cielo y queda arriba, encima de todo. Más alto que la escalera de colores por donde el Gran Espíritu baja hasta la tierra. Más elevado que las nubes de agua. Más lejano que la casa del buitre, protector de la casta Epieyú, a la cual pertenece mi grupo goajiro. Pero: ¿Sabes cómo es Ziruma? Allá, en nuestro cielo, no falta nada para hacernos felices cuando, ya cansados, nos llame nuestro Gran Espíritu a disfrutar para siempre. De día puedes ver a Ziruma: azul, como un azulejo encantado, cuando la luna se pone pálida y delgada. De noche Ziruma es un enorme paraguas mágico, negro, con la luna tostada y gruesa, de donde nos miran los ojos brillantes de nuestros antepasados. Un día el Gran Espíritu decidió crear a su familia: lindas hijas para que tuvieran hijos y se formaran los diferentes pueblos. Casó a cada una de las hermosas y jóvenes majayuras. A cada una le dio tierras que hizo para ellas, y animales y semillas. A la hija que iba a formar la casta Huarí, le dió una perdiz, para que la protegiera. A la majayura que iba a crear la casta Ipuana, le dio una halcón. A la de la casta Pushaina, un báquiro. Para la de la Sapuana, un alcaraván. Le dio un zamuro para la hija de Uriana. Para la que fundaría la casta Jusayué, una culebra. Un perro para la de Jayariú. A la de Epinayué, un venado. Estos fueron los animales sagrados de cada casta.
Pero el Gran Espíritu olvidó dar tierras y marido a su hija más pequeña, a la más bonita de todas: la majayura Guajira. Entonces ella se dirigió a su Padre y le pidió un marido, tierras donde fundar su casta, animales para la cría, semillas para las plantas, casimbas para llenarlas de peces y la protección de un animal sagrado. Entonce el Gran Espíritu, que ya no tenia más tierras porque las había repartido todas, se dirigió al Gran Lago Coquivacoa. De allí hizo salir una hermosa tierra de fina arena color cochano. Era una tierra, alta y curva, llena de Casimbas, que llenó de peces, y le dio el nombre de Goajira, igual que su hija, a la cual caso con el Espíritu del Tiempo. Le ordenó a su hija que fundara la casta Epieyú, y le entregó todo lo que había pedido. Su animal sagrado fue un enorme buitre, para que la protegiera. Le dio fuego del sol y colores del arco de Ziruma para ponerlo en sus vestiduras, adornos y en las flores. Y varias lunas después le empezaron nacer hijos a Guajira y el Espíritu del tiempo, que cuando tuvieron edad suficiente se casaron. Y así se fue poblando la Guajira.

El Espíritu del tiempo hizo que toda esa extensión de tierra se vistiera del verde y amarillo del maíz sagrado, para el pan, las tortas, el carato. De las auyamas color del sol, para las sopas. De mandioca color de nube, para el cazabe. De cardón, bejucos, iguayará, moriche, sojoo y samán para el alimento, para tejer los chinchorros, las casas, las cestas y los vestidos; para decorar su rostro y las vasijas; para las armas y curiaras; para sus instrumentos musicales...... Y las casimbas se pusieron repletas de ricos peces: coritas, cotíes, toporos, bagres, agujetas....Por todas partes se veían turpiales, guacharcas, yaguazas, alcaravanes, araguatos, cachicamos, lapas, caricaris, chócoras, dantas, morrocoyes, paraulatas, paujíes....Por todas partes las familias levantaban sus guanetus hechos de vegetales, que eran sus frescas casas. Todo se llenó de alegres cantos, de color, de alimentos. Cada uno tuvo su trabajo que hacer. Cuando se lava la cara de mañana y se escucha en los charcos el dúo de ranas y sapos; cuando las habladoras guacharacas van a beber en las casimbas y empieza el cuchicheo de los guitíos, el borde del Gran Lago de Coquivacoa se levanta para dejar entrar al sol, que hace su visita diaria. Así sucedió. Las familias crecieron y se fueron alejando a tierras cada vez más distantes, para formar otros pueblos. Llevaron su lengua Guajira más y más lejos, para que las demas castas que fundaron las otras hijas del Gran Espíritu, las hermanas de la Majayura Guajira, aprendieran a hablar en idioma Guajiro. Esta es la hermosa historia del pueblo de la Guajira, donde nació mi abuelita, la Majayura Estrella, y así me lo contó ella.

Relato recopilado por: Gilda Senior de Lehofer.

martes, 2 de noviembre de 2010

PADRE y MADRE

Cuando el Gran Padre se encontró por primera vez con la Gran Madre, ya Él poseía todos los dones. Ella en cambio, era lisa y nada su superficie adornaba, fuera de la aspiración que emanaba, como única expresión de sus oraciones. Entonces el Amoroso Señor, irradiando todo su amor le dijo: Quiero embellecerte, para más amarte. Ella sonrió, y su faz antes impávida y fría, empezó el embellecimiento, al reflejarse en ella la alegría, alegría que iba en su aumento. Primero recogió en su seno la gracia del Sabio, haciéndose de lo ordinario, cochanos y vetas de oro pesado, todos los metales, las piedras preciosas y aún las rudas cosas, grandes y pequeñas unos y otras, al igual que la jerarquía tenían las alegrías del Padre de los Padres. Quiso engalanarse más, peinarse en su faz, para así admirar a aquel ADORADO, quien de su triste pasado, un risueño porvenir prometía. Surgieron entonces las Selvas, de verdores radiantes, que cual adornos galantes, abanicaban suavemente la faz de la amante. Y los ríos vinieron como consecuencia de la sombra fresca, de la paz umbría; los ríos que nacían de las altas montañas rocosas, para que saltando de peña en poza y de poza en peña, dijeran por señas al Grande Señor, de su inmenso amor y agradecimiento. Uniéronse así las aguas risueñas de las cascadas, por las largas hileras, con las de las selvas aglomeradas humedades, para descender por valles y llanos hacia los desagues, y llenar de honduras, tristes peladeros que la Madre Tierra, allá en las lejanías, dejará vacías. En los arenales, en los anchos llanos o en los valles tristes, brotaron también solitarias palmas, frescos morichales o grandes pajales, ricos en verdor. Querían también ser, y como ya en las selvas, contribuir con su esplendor, que creciera el amor del Creador.
Sonreía a todo el Señor de los Ojos Dulces, el Padre Amoroso, galán eternal de la Tierra Hermosa. Comprendió entonces ella, que la gracia proseguía, que aún no lograra cuanto lograr podía.........y siguió creciendo, para que el Novio Celestial, en la belleza de su manantial, siguiese reflejando su propia belleza.
Sobre los altos picachos de las largas sierras, sugieron las nieves eternas, como aquellas canas con que la sabiduría, hija del Señor, adornara al Magnífico; marcáronse laderas, barrancos y hondonadas por donde corrían las nieves derretidas, hacia otros terrazgos; aglomeráronse nubes en aquellas alturas y acá en las honduras donde el frio no llega, hízose el calor.
Respiró la novia, feliz con tanta gracia, para entre las timideces de su virginal faz, expresar su contento, su agradecimiento, ante tanto amor. Pero el Señor dios aún no había concluído de dar sus dones a la Gran Amada. Quiso proseguir la sublime cruzada, hacer de cada latir de su corazón, muchos corazones.
Hizo así moradores para las altas montañas, para las selvas umbrías, para los llanos alargados, para las laderas, y aún para las honduras, ahora con aguas.
Cada palpitación , palpitación fué, brotando en caudales los animales, quienes repitieron en sus corazones, del Gran Señor sus emociones, al amar a la tierra como El quería, como ella merecía.
Fué así, como se arrastraron, deambularon , volaron o caminaron, nuevos seres; nuevos seres que llenaron sus propias emociones, las emociones del Todo. Hizóse emoción de la Madre toda la extensión, porque de su eternal virginidad, brotaron especies, vegetales y animales, en unísona canción, anhelo oculto dominado por los siglos de una desconocida oración.
Las esmeraldas de los bosques, los topacios de los llanos, los zafiros del mar, lleno todo movimiento, eran sentimientos palpitación continua de tanto adorar. La Madre habia dado, con este último esfuerzo y bajo la dulzura del Grande Admirado, todo a su anhelado. Ya nada aspiraba, porque ya el Gran dios con su fecundación, hiciera realidad cuanto en ella había de caridad. Fué entonces cuando el Señor, de su busaquita de buen peregrino, sacó a relucir el traje de novia, traje que tenia del cielo la historia.

Allí dibujados por su amor celestial, estaban estrellas, la luna y el sol. Unas en el centro, aquélla a un costado y éste del otro lado. Y a fin de no encontrarse en la misma vía, allí había gran separación. De un lado la luz, del otro lado las tinieblas, entre los dos engarces de sol y de luna, los varios coloridos, luminosos puntos de estrellas curiosas que nacieran de las cópulas habidas en auroras y crepúsculos, cuando él la amaba y ella le daba su vientre lleno, en las cálidas alturas, toda su hermosura en un nuevo brote, adorno del cielo.


Es ésta la historia que pocos conocen, de cómo la tierra estéril, impávida y fría, se hizo un emporio , una gran Madre, por obra del Padre, grande y generoso de todo corazón.


Leyendas Indígenas del Bajo Orinoco, Arturo Hellmund Tello.